esa otra que soy yoesa otra que soy yo

30/1/07

samantha wailer [ficciones]

Samantha, la persona
Como un bisturí. Fría, cortante y precisa. Sus ojos, negros, pequeños, penetrantes, enmarcados por unas cejas finas y casi siempre arqueadas y resguardados por unas pestañas espesas, más negras aún que sus ojos, parecen, cuando se detienen en algo _sea un objeto o una persona_, querer penetrar en su interior para observar su funcionamiento.

Tendría un cuerpo bonito, firme y bien moldeado por el ejercicio, si lo enseñara, pero a través de su austera ropa, un poco más masculina, un poco más holgada de lo que debería _siempre pantalones oscuros, grises o negros, y camisas blancas perfectamente planchadas_, apenas se distingue la silueta de una mujer.

Inteligente, educada, parca en palabras, disciplinada y un tanto tozuda en ocasiones, parece estar constantemente analizándolo todo. La Psicología es para ella un verdadero refugio, con el que intentar explicar todo lo que le preocupa, todo lo que no entiende.

Samantha, la psicóloga
De nuevo, el bisturí. Su sensación en la mano, frío, metálico, diseccionando con pulso firme, como a una rana en un laboratorio de ciencias, el cerebro humano. No hay lugar a error. Frontal, temporal, occipital... Conoce _ o cree conocer_ cada zona, cada recoveco de la mente como la palma de su mano.

Para ella, todo es una cuestión de impulsos eléctricos y reacciones químicas. Se ríe de los que se creen artistas, proclamando el desarrollo de su irracional hemisferio izquierdo. Se sorprenderían al saber que todo lo que ellos creen que es pasión, arte, que su explosión de creatividad no es más que el efecto lógico de una reacción en su cerebro. Todo tiene una explicación racional. Ha consagrado su vida a entenderlo.

Samantha, la neurótica
El cuaderno donde toma sus notas frente a ella, a un palmo del borde inferior de la mesa. A su derecha, la pluma, el bolígrafo y el lapicero, perfectamente alineados, paralelos al cuaderno. En la parte derecha del escritorio una bandeja grande con hojas y a su lado, una un poco más pequeña, con un taco de cuartillas en las que tomar notas, todo milimétricamente colocado.

Cuando se levanta de su escritorio, mete el cuaderno en el cajón que éste tiene en su parte derecha, perfectamente dispuesto sobre otros dos cuadernos, y coloca la silla, dejándola alineada con el escritorio.

Ni una sola mota de polvo, ni una sola cosa fuera de su sitio. De eso se encarga ella misma cada mañana. Con su sueldo, podría contratar a alguien para que se ocupase de la limpieza, pero no podría soportar que nadie tocase sus cosas, que las moviera de lugar.

Así, cada mañana, justo después del ejercicio y la ducha, que le ocupan 50 minutos, Sam dedica todos los días 1 hora y 10 minutos exactos a ordenar y limpiar su piso y el despacho, ubicado en éste, en el que pasa consulta. A las 9 de la mañana tiene todo dispuesto para empezar con su jornada de trabajo.

Samantha, la escéptica
Todo tiene una explicación racional. Ese ha sido siempre el gran dogma de Sam. Y sin embargo, desde aquel día, desde aquella noche, sigue despertándose asustada en medio de la oscuridad, creyendo estar todavía en aquel sanatorio.

Aunque se repite a sí misma una y otra vez que aquello no pudo suceder y que seguramente alguien les suministró algún tipo de droga durante la cena que les hizo alucinar, las pesadillas, el miedo _aunque nunca lo reconocería_ vuelven a ella cada vez que intenta conciliar el sueño.

Pero el miedo desaparecerá, está segura, cuando descubra por fin qué es lo que sucedió aquella noche...

No hay comentarios: