esa otra que soy yoesa otra que soy yo

10/1/16

mes ocho · 2/2 · #12Fotos12Historias [fotografía / ficciones]


Agnieszka

Camina despacio por la calle, con paso firme, pues no quiere resbalar en la pequeña capa de hielo que se ha creado con los cuatro copos de la nevada de anoche. Vaga un poco sin rumbo fijo, tan sólo por el placer de pasear y recibir algún rayo de sol que se escape de entre las nubes. Tiene los ojos empañados en lágrimas, en parte por el frío, en parte por la visión de jóvenes enamorados agarrados de las manos enguantadas.

Andrzej es un hombre ya mayor. Muy mayor. Quizá de los más viejos de la ciudad, de los que aún conservan en su memoria los horrores de una Guerra Mundial. Viste de negro, siempre, desde que era muy joven. Enfundado en un abrigo de paño, con su boina gris, que es la única concesión que hace al color y unos viejos pantalones negros demasiado largos, que esconden sus zapatos, salvo la punta, desgastados desde hace ya demasiados años.

La ciudad ha cambiado mucho en los últimos tiempos, a mejor. Aunque aún quedan reminiscencias de otros tiempos peores. Como algunos jóvenes que no vivieron aquella época y salen a la calle a proclamar consignas que hacen que Andrzej se rebulla dentro de su abrigo y sienta cómo se le eriza el pelo de la nuca. Nuevas lágrimas afloran en sus ojos que enjuaga con un pañuelo de lino blanco, desgastado en las esquinas de tanto uso, con dos iniciales bordadas en hilo rojo. A.I.

No quiere que le vean llorar, así que hace como que mira un escaparate de una joyería, descuidado, pasando sin fijar su mirada por todos los artículos que allí se exponen, variopintos, mezclas de distintas épocas. Relojes, collares, candelabros, colgantes, anillos... Es ahí, en esa pequeña sección, en una bandeja forrada de terciopelo negro donde el corazón le da un vuelco. Siente que las piernas le fallan, y ha de apoyarse en el cristal.

A su mente acuden unos ojos de color azul como el cielo de invierno, cuando no hay nubes que lo tapen, y una sonrisa perfecta, salvo por un diente algo torcido que trata de esconderse en un intento vano. Unas manos heladas, pequeñas, que intentaban calentarse entre las suyas. Un pañuelo que ella sacó de su abrigo, envolviendo algo pequeño y dejándoselo en su bolsillo. Una lágrima solitaria que resbalaba por aquellas mejillas mientras hombres de uniforme tiraban de ella hacia un vagón de tren sin asientos, repleto de gente. Gritos, lloros, ruegos. Un "Te quiero, mi vida", dicho entre susurros, inaudible salvo para él, luchando por arrancarla de un futuro cierto.

Entra en la tienda despacio, bajando los dos escalones con sumo cuidado. La mano apenas puede agarrar el pasamanos debido a su temblor. Una dependiente solícita se acerca a ayudarle y le pregunta qué es lo que desea. Él, sin articular palabra, entre sollozos señala un anillo de mujer de plata, de talla pequeña, con un cristal de Bohemia incrustado. Jamás lo había visto tan brillante, pero lo había reconocido nada más verlo. La dueña de la tienda se lo acerca y él le pide que lea la inscripción que tiene dentro.

"Agnieszka - Andrzej 20/05/1942"

Sale de la tienda sin saber cómo pagará el alquiler ese mes, pero entre sus manos sostiene con extremo cuidado el pañuelo que le dio ella hace tantos años con lo que tenía dentro. El anillo que le había regalado él una semana antes.

- Ya estamos juntos de nuevo Agnieszka. Te quiero.

Fotografía: Asun Martinez Ezketa [Esaotra]
Texto: Julián Lozano [Cuervajo]
Proyecto: #12Fotos12Historias

7/1/16

mes ocho · 1/2 · #12Fotos12Historias [fotografía / ficciones]


Seguiré caminando

Cuando la ve por primera vez es tan solo un punto oscuro más en el camino. Está a demasiada distancia para distinguirla. La tierra yerma le deja ver a mucha distancia pero son sus ojos los que marcan el límite; ya no ven tanto como acostumbraban. Al menos percibe algo lo suficientemente grande para no tropezar. Va con cuidado desde la última caída, para evitar las piedras.

A medida que se acerca, la distingue más y más, perplejo, dudando al principio. Parece una silla, una simple silla, en mitad del camino. Avanza un poco más rápido para cerciorarse. Después se detiene y entrecierra los ojos para enfocar mejor. No hay duda. Es una silla. Vacía. Busca con sus ojos pisadas alrededor, algo al margen del camino que le indique qué hace allí. Nada. Parece abandonada a su suerte sin más.

Sigue acercándose, pensando quién la habrá dejado allí, tan bien colocada. Parece esperarle. Y a él le duelen demasiado las piernas como para no pensárselo. Está casi al lado ya. Se detiene frente a ella. Gira sobre sí mismo, despacio. Nada. Está tan solo como en el resto del camino. Quiere sentarse. De eso no duda. Duda de la silla. Debe tratarse de una broma. Tan pronto como se deje vencer sobre ella, las patas cederán y rodará por el suelo. Quizá aparezcan entonces los artífices de tan absurda trampa, riendo. Pero mira a un lado y a otro y no parece haber nadie.

Observa la silla sin prisa, la inspecciona, la mueve un poco. Mirando una vez más a su alrededor, decide sentarse. Cierra los ojos a la vez que se acomoda en ella. No recordaba que le doliesen tanto las rodillas. Cuánto tiempo debe llevar caminando. Está agotado y ahora lo percibe, al entrar en contacto con aquella silla que ha aparecido, como por arte de magia, en su camino. Como un tazón de sopa caliente en las noches de frío, como el beso de una madre sobre la herida, la silla le calma. No lo entiende bien pero se deja cuidar por ella. Está solo, parado en mitad de ningún sitio, sentado en aquella silla que siente que no le pertenece y que a la vez le estaba esperando. A él. Por fin. Le hacía falta un jodido descanso.

Pierde la noción del tiempo. Divaga pensado en su suerte, en el camino recorrido, en lo que le ha llevado hasta allí, en todo lo que queda por delante. Minutos, horas, días. El cansancio va remitiendo. De pronto, el viento sopla con fuerza y abre los ojos. Se pone de nuevo en pie. Camina. Lentamente, la silla va quedando atrás. De cuando en cuando, él se gira y se detiene a observarla. No puede evitar sonreír. No tiene sentido. Pero es real, está allí y, en cierto modo, lo ha salvado. Llega un momento en que está demasiado lejos para distinguirla. Vuelve a ser sólo una mancha en el camino. Después, simplemente, desaparece.

Ya no está pero él es capaz de verla, de sentir la calma que le inundó al encontrarla, sólo con cerrar los ojos. Sin acabar de entenderlo y contra toda lógica, sabe que allí seguirá, cuando vuelvan a fallarle las fuerzas.

Hay personas que son esa silla.

Fotografía: Julián Lozano [Cuervajo]
Texto: Asun Martinez Ezketa [Esaotra]