Este empeño en sonreír,
en seguir buscando flores
en las grietas de las aceras,
en vivir mirando atrás
para ver si han crecido las alas,
si te sigue el polvo de estrellas.
Este empeño en creer en la magia
aunque veas el doble fondo
en todas las chisteras.
Este empeño en seguir regando
cada mañana la maceta
por ver si la esperanza,
aunque no crezca, no se seca.
Este empeño en aparentar
que no conoces el miedo,
que la vida no te aterra,
que no sientes el vértigo,
el dolor,
la tristeza,
el pánico a ver que eres
cada vez
un poco más gris,
un poco más dura,
un poco más invierno,
con cada llamada
que corta tu risa en pleno vuelo,
para hablarte de enfermedades,
de desgracias,
de lo que no quieres oír,
de flores secas en el cementerio.
Este empeño en no matar
a la niña que sigue riendo,
despreocupada,
mientras tú tiemblas de miedo.
Este empeño en vivir mintiendo
sin contarle a esa niña,
que su mundo de hadas ha muerto.