Trabajo. Trabajo. Trabajo. Hay temporadas que parece que todo se junta y el tiempo no da para nada. Dejas de leer. Dejas de escribir... Hay momentos en los que dejas casi de existir... Por eso, cuando se te presenta la oportunidad de escapar por unos días de la realidad, por muy cansado que sea, por muchos planes que tengas que mover, o muchas entradas de agenda que ajustar, dices que sí.
Valencia ha sido una válvula de escape estupenda, una puerta abierta a la imaginación y a la diversión, un reencuentro con buenos amigos...
Fallas. Lo ves en la televisión cada año y parece absurdo, un derroche sin sentido de dinero y un impacto medioambiental desmedido... Y llegas a Valencia y lo ves. Y caminas por sus calles entre el gentío, la música y el sonido constante de petardos... Y haces colas para ver las fallas de cerca y para escuchar lo más cerca posible las mascletás... Y ves arder el trabajo de todo un año en cuestión de minutos... Y sigue sin tener sentido, pero el corazón se te encoge, te emociona, te excita... el bullicio, el sonido ensordecedor, el fuego... Sigue sin tener sentido, y sin embargo, lo acabas entendiendo...
Pasadas las fallas, Valencia se abre ante ti, inmensa, luminosa. Y paseas por ella, bajo el frío sol de marzo, admirando su arquitectura, sus playas, su Albufera... Y la Paella... aunque no te guste el arroz, tienes que probar esas paellas...