Para que no se olvide
Hoy es una piedra más tan sólo. Un muro gris que se alza anónimo bajo un sol radiante. Radiante y mudo. La hierba sigue creciendo milimétrica e imperceptiblemente. Las primeras flores de la temporada empiezan a hacer su tímida aparición. La Primavera, con esa calmada y provocadora invitación a la alegría.
Es un lugar bonito. Te dejas llevar por la brisa, los rayos de sol y el cielo azul, y lo es. El silencio lo llena todo. Retumba. Una bandada de pájaros lo rompe en el justo momento en el que se vuelve insostenible. Una lágrima resbala por tu mejilla, casi involuntariamente. La angustia sube por tu garganta como una bilis negra que te recuerda dónde estás, que te hace casi oír en mitad de ese silencio atronador los disparos, los cuerpos cayendo inertes contra ese muro gris que hoy es _parece_ una piedra más tan sólo.
Los fusilamientos solamente fueron una forma más en la barbarie que supuso el Holocausto. Quizá la mejor de las muertes allí, si se puede decir eso de alguna de ellas.
Recorrer Auschwitz, tocar sus muros, entrar en sus barracones, en sus letrinas, ver los objetos personales de quienes intentaron mantener su vida y su dignidad cuando los convirtieron en simples números a borrar, estar tan cerca de la fragilidad humana, y del monstruo en el que nos podemos convertir es... Devastador. Incomprensible. Irrespirable.
No ha pasado tanto tiempo. No estamos tan lejos. Nos lo siguen escupiendo los telediarios. Eso es lo que más asusta. Cada vez que los discursos xenófobos avanzan en nuestro mundo y nosotros lo permitimos, nos acercamos un poco más a la barbarie.
Por eso es bueno visitar Auschwitz. Por eso es bueno dejar que la angustia casi nos ahogue. Por eso es bueno volver a llorar esas muertes. Para que no se nos olvide. Para que jamás se repita. Para que sigamos siendo seres humanos.
Fotografía y texto: Asun Martinez Ezketa [Esaotra]