esa otra que soy yoesa otra que soy yo
Mostrando entradas con la etiqueta ficciones. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta ficciones. Mostrar todas las entradas

5/1/21

a la deriva [ficciones]

Después de este año terrible, lo único que me faltaba era terminarlo así, varada en mitad del océano. Hemos perdido la comunicación por radio y apenas hay espacio en esta pequeña embarcación para los tres que hemos conseguido mantenernos a flote. Restos de una bolsa de patatas fritas y medio zumo caliente con la pajita perdida en el interior del envase son todos los víveres de los que disponemos hasta que llegue el rescate. Si llega. No sé cuánto tiempo llevamos aquí. Casi sin darme cuenta, me estoy deslizando, poco a poco, hasta el borde de la barca... 

_¡Cuidado! ¡Tiburones!

Mi hijo tira de mí con fuerza para rescatarme. 

_No puedes salirte de la manta, mamá, si tocas la alfombra, te comen los tiburones.

Y se come otra patata frita, mientras seguimos a la deriva, esperando el fin de año en el salón.

[Microrrelato escrito para el concurso de cuentos navideños #unaNavidaddiferente]



22/5/17

¿qué se siente al matar a un hombre? [ficciones]

¿Qué se siente al matar a un hombre? La pregunta le asalta de pronto. El gordo de enfrente apenas cabe en el estrecho asiento de la sala de espera y se mueve, incómodo, una y otra vez. Suda. No percibe su olor a la distancia a la que se encuentran pero le repugna. Su sudor y su gordo cuerpo encajado en el plástico que chirría cada vez que se mueve. Sería en el estómago. Imagina su carne flácida hundiéndose sin tener que hacer apenas fuerza. Si tuviera aquí un cuchillo, unas tijeras, cualquier objeto punzante, podría hacerlo. Siente cierta excitación. Ahora es él quien se revuelve en su asiento. La voz de la enfermera llamándole por su nombre le devuelve a la realidad, pero la pregunta sigue retumbando en su mente. ¿Qué se siente al matar a un hombre? Se estremece con sus propios pensamientos mientras entra a la consulta.


Lleva tanto tiempo sentado en aquel banco que se le empiezan a entumecer las piernas. Hace rato que se ha puesto el sol y poco a poco el parque se ha ido quedando vacío. Sólo el niño del columpio y él siguen allí. Por más que mira alrededor, no encuentra rastro de otra presencia adulta además de la suya. No son horas para que un niño esté solo en un parque. Sus padres serían tan culpables como él si decide hacerlo finalmente. Casi puede notar el calor de su cuello palpitante entre sus manos. Apuesta a que sería capaz de acabar con él antes de que gritase. Es un niño realmente pequeño para estar distraído y sólo en aquel columpio. El niño echa a correr en dirección contraria en el momento exacto en el que él se levanta del banco.


Se ha dormido en una postura incómoda, incluso ridícula. Iluminada sólo por la luz del televisor, su enjuta figura parece un guiñapo. Desprecio. Tras mucho tiempo mirándola, resuelve que ese es el sentimiento que le inspira. No queda nada en ese cuerpo de aquella mujer de la que se enamoró. Desprecio. La idea vuelve a su cabeza. Quizá sea ella la culpable de esa obsesión que lo tortura. Es lo más probable. Sigue mirándola dormir, ajena a la televisión y a sus pensamientos, mientras la idea se afianza en su cabeza. Se pone en pie, la mira largamente y se dirige al baño. Frente al espejo se hace una vez más la pregunta, ¿qué se siente al matar a un hombre?. Él no es un asesino. No soy un asesino. No lo es, pero necesita saber la respuesta. Se siente incapaz de seguir adelante sin resolverla. La sangre golpea con fuerza contra el espejo cuando aprieta el gatillo y la pregunta se disipa al fin.

10/5/16

mes nueve · 2/2 · #12Fotos12Historias [fotografía / ficciones]


Silencio

Se oyen, a lo lejos, campanadas. Están llamando a misa, un funeral tal vez, o eso sugiere el tañido lento y quejoso. Una cabra extraviada atraviesa el paisaje y esconde la letanía de la iglesia tras el sonido de su cencerro.

Después, todo cesa. El silencio se pierde en el horizonte, que desde aquí se dibuja infinito; y se oye infinito.

No siento frío, pero el viento ulula sobre los campos y me estremezco. Todo tiembla. Las espigas se vuelven mar, olas verdes y doradas meciendo barcos sin patria a la deriva.

Como las manos de un amante, el viento me eriza la piel, me trae el olor de la tierra, la tierra negra que me ha visto crecer y que me verá morir. No siento frío. Cierro los ojos y me abandono al naufragio.

Sonrío.

El silencio es mío.

Fotografía: Julián Lozano [Cuervajo]
Texto: Asun Martinez Ezketa [Esaotra]


9/5/16

mes nueve · 1/2 · #12Fotos12Historias [fotografía / ficciones]


Estoy listo

José abre los ojos al detenerse el carro. Respira hondo notando el frío de la mañana que le corta la cara. Baja despacio, seguido de otros tres compañeros. Anoche nevó, pero ahora un tímido sol da la sensación de calentar un poco la piel de cuero de su rostro. Con paso lento se dirige hacia la pared encalada y se recuesta en ella, con las manos detrás y vuelve a cerrar los ojos.

Recuerda que vivió no muy lejos de allí, en un pequeño pueblo a veinte kilómetros, el más pequeño de cuatro hermanos. La vida no era fácil en aquellos tiempos, y menos ahora. Salía cada mañana para ayudar a su padre, guiando las mulas hasta el campo. Sus hermanos mayores iban al lado, cabizbajos, arrebujándose en sus chaquetas raídas de pana que cubrían una camisa fina, con las manos en los sobacos para intentar calentarlas.

Recuerda las primaveras, cuando el trigo comenzaba a granar en el pequeño trozo de tierra que tenían y que había de servir de sustento para todo un año, para hacer pan, o para cambiar por algo de carne de vez en cuando. Casi puede ver el pequeño huerto que tenían en un pico de la tierra, que regaban a mano, sacando el agua de un pozo cercano de un vecino. Un poco de agua a cambio de unos tomates, alguna calabaza.

Pote de calabaza y patatas. Y pan duro. Y lo que daría por echarse incluso ahora a la boca un mendrugo de pan duro como una piedra. Y lo que daría por volver a ver los ojos de Manuela. Piensa que estará llorando seguramente sentada en la puerta de la calle, como cada día. Como le han contado.

Ay, Manuela, qué edad para quedarte viuda, amor. Qué puta vida esta, en la que los pobres son más pobres, y el amor dura lo que les dé la gana a otros. Y todo por un rumor falso sobre sus ideas políticas. Qué ideas vas a tener en un puto pueblo de cien habitantes, todos pobres como ratas, todos famélicos, si no puedes ni comer.

Abre los ojos al escuchar voces roncas, autoritarias. Cinco hombres forman delante de él, uniformados. Apenas puede verlos entre las lágrimas por el frío y los recuerdos, pero da igual. Tampoco quiere verlos. Sabe que esto acaba hoy.

- Estoy listo - dice con voz serena.

Fotografía: Asun Martinez Ezketa [Esaotra]
Texto: Julián Lozano [Cuervajo]
Proyecto: #12Fotos12Historias

3/2/16

en el ascensor [ficciones]

Ya es mala suerte encontrármelo aquí, un día tan importante como hoy. Con el tiempo que llevo preparándolo, y aparece. En el fondo, sabía que lo haría. Quizá lo que tengo que hacer es irme. No me apetece aparentar normalidad con él y menos montar un número de los nuestros. A ver cuánto tardamos. Ha tenido que poner esa sonrisa estúpida según nos hemos topado al entrar. Creía que lo tenía controlado pero no, ha sido ver su cara en el cristal de la puerta y todos los músculos de mi cuerpo se han tensado, como un resorte.

De no haber empujado la señora de detrás para que la puerta giratoria siguiese adelante, me habría quedado allí clavado. Pero he reaccionado. Tengo que hacerlo. No me va a estropear el día. Voy a caminar con seguridad, con la frente alta. He venido a hacer lo que voy a hacer y no va a detenerme, ni él ni nadie. Lo tengo ya muy meditado, más que meditado, me va la vida en ello, se ponga como se ponga, voy a hacerlo. ¿Qué esperaba yo también?, ¿que lo dejase pasar sin más?. No tendría que haberse enterado, pero estando al tanto como está, era inevitable que apareciese.

Intento contenerme mientras camino hacia el ascensor, ignorando que camina imitando mis zancadas y mirándome con violencia. Todos se giran a mirar y, por un momento, se hace el silencio en el gran vestíbulo del edificio cuando grito. “¡Ya basta!” No debería haberlo hecho, no quiero llamar la atención, no voy a dejar que me estropee los planes como otras veces. A estas alturas, sé de sobra que de nada sirven los enfrentamientos y los gritos. Pero me crispa. Su mera presencia me crispa. Quiero hacer esto solo. Pero lo haré con él si no queda otro remedio.

Las puertas de uno de los ascensores se abren de par en par y entro, entramos. Nuestras miradas se cruzan en el espejo antes de girarnos para ver cómo las puertas se cierran de nuevo, engulléndonos. El ruido de los trabajadores del banco cesa, dejando paso al pesado zumbido del ascensor. No puedo creer estar haciendo esto. No puedo creer estar haciéndolo con él. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis. Sabía que sería un ascenso lento, pero no imaginaba que tanto. Siete. Ocho. Nueve. Sé que estoy sudando porque lo miro de reojo y lo veo sudar. Está tan nervioso como yo. Apuesto a que también tiene la lengua seca. Diez. Once. Doce.

No llega al trece. El ascensor se detiene sin previo aviso. La luz parpadea un momento y después, silencio. “Es una señal”, me dice, clavando su mirada en mí. Me giro hacia los botones del ascensor, más por no verle que por averiguar qué sucede. No. No. No. Esto no puede estar pasando. Tengo todo previsto. La sábana plegada espera en la mochila, lo suficientemente grande para que pueda leerse en las fotos. Sólo faltan unos cuantos pisos más. Muévete maldito ascensor, es mi momento. Lo voy a hacer. Lo tengo que hacer. No escucho lo que dice. Hago fuerza para que no consiga girarme cuando me agarra por los hombros, pero cada vez me cuesta más detenerle y el puñetero ascensor sigue sin dar señales de vida.

Me giro de improviso y lo miro de frente. No se lo espera. Llevo demasiado tiempo planeando esto para no tener alternativa. Compruebo una vez más que sigue en mi bolsillo antes de desplegar la pancarta allí mismo, anudándola alrededor del cuello, como una capa. Tiene sus ventajas hacerlo aquí, ahora que lo pienso. Puedo ver cómo queda. Él sigue y sigue, en un tono cada vez más alto, más histérico, su voz se quiebra entre la rabia y la angustia. “No sigas subiendo, aunque el ascensor continúe. Tómalo como una señal, qué más evidencias quieres, esto es una locura, una jodida locura, hay otras formas, podemos intentarlo de nuevo.”

El ascensor continúa estancado, como mi vida. Tengo que ser rápido si quiero hacer esto antes de que me detenga. Veo el miedo en sus ojos cuando saco el arma. Volar habría sido más efectivo, pero así acaba todo, no hay más remedio. Tras el disparo, aún me da tiempo a besarle en el espejo, antes de caer. “Ves cómo podía hacerlo. Ahora escucharán mi causa. Quizá sea el último al que este maldito banco deja en la calle.”


Un hombre se suicida en el ascensor del Banco Pauperis tras ser desahuciado por impago

Según testigos presenciales, entró hablando solo y notablemente desorientado en las oficinas de la sede central

[Ejercicio Taller de Escritura: Escribir un relato con el siguiente supuesto: Un edificio alto, un ascensor, alguien que detestas, el ascensor se detiene y al final hay un beso.]

10/1/16

mes ocho · 2/2 · #12Fotos12Historias [fotografía / ficciones]


Agnieszka

Camina despacio por la calle, con paso firme, pues no quiere resbalar en la pequeña capa de hielo que se ha creado con los cuatro copos de la nevada de anoche. Vaga un poco sin rumbo fijo, tan sólo por el placer de pasear y recibir algún rayo de sol que se escape de entre las nubes. Tiene los ojos empañados en lágrimas, en parte por el frío, en parte por la visión de jóvenes enamorados agarrados de las manos enguantadas.

Andrzej es un hombre ya mayor. Muy mayor. Quizá de los más viejos de la ciudad, de los que aún conservan en su memoria los horrores de una Guerra Mundial. Viste de negro, siempre, desde que era muy joven. Enfundado en un abrigo de paño, con su boina gris, que es la única concesión que hace al color y unos viejos pantalones negros demasiado largos, que esconden sus zapatos, salvo la punta, desgastados desde hace ya demasiados años.

La ciudad ha cambiado mucho en los últimos tiempos, a mejor. Aunque aún quedan reminiscencias de otros tiempos peores. Como algunos jóvenes que no vivieron aquella época y salen a la calle a proclamar consignas que hacen que Andrzej se rebulla dentro de su abrigo y sienta cómo se le eriza el pelo de la nuca. Nuevas lágrimas afloran en sus ojos que enjuaga con un pañuelo de lino blanco, desgastado en las esquinas de tanto uso, con dos iniciales bordadas en hilo rojo. A.I.

No quiere que le vean llorar, así que hace como que mira un escaparate de una joyería, descuidado, pasando sin fijar su mirada por todos los artículos que allí se exponen, variopintos, mezclas de distintas épocas. Relojes, collares, candelabros, colgantes, anillos... Es ahí, en esa pequeña sección, en una bandeja forrada de terciopelo negro donde el corazón le da un vuelco. Siente que las piernas le fallan, y ha de apoyarse en el cristal.

A su mente acuden unos ojos de color azul como el cielo de invierno, cuando no hay nubes que lo tapen, y una sonrisa perfecta, salvo por un diente algo torcido que trata de esconderse en un intento vano. Unas manos heladas, pequeñas, que intentaban calentarse entre las suyas. Un pañuelo que ella sacó de su abrigo, envolviendo algo pequeño y dejándoselo en su bolsillo. Una lágrima solitaria que resbalaba por aquellas mejillas mientras hombres de uniforme tiraban de ella hacia un vagón de tren sin asientos, repleto de gente. Gritos, lloros, ruegos. Un "Te quiero, mi vida", dicho entre susurros, inaudible salvo para él, luchando por arrancarla de un futuro cierto.

Entra en la tienda despacio, bajando los dos escalones con sumo cuidado. La mano apenas puede agarrar el pasamanos debido a su temblor. Una dependiente solícita se acerca a ayudarle y le pregunta qué es lo que desea. Él, sin articular palabra, entre sollozos señala un anillo de mujer de plata, de talla pequeña, con un cristal de Bohemia incrustado. Jamás lo había visto tan brillante, pero lo había reconocido nada más verlo. La dueña de la tienda se lo acerca y él le pide que lea la inscripción que tiene dentro.

"Agnieszka - Andrzej 20/05/1942"

Sale de la tienda sin saber cómo pagará el alquiler ese mes, pero entre sus manos sostiene con extremo cuidado el pañuelo que le dio ella hace tantos años con lo que tenía dentro. El anillo que le había regalado él una semana antes.

- Ya estamos juntos de nuevo Agnieszka. Te quiero.

Fotografía: Asun Martinez Ezketa [Esaotra]
Texto: Julián Lozano [Cuervajo]
Proyecto: #12Fotos12Historias

7/1/16

mes ocho · 1/2 · #12Fotos12Historias [fotografía / ficciones]


Seguiré caminando

Cuando la ve por primera vez es tan solo un punto oscuro más en el camino. Está a demasiada distancia para distinguirla. La tierra yerma le deja ver a mucha distancia pero son sus ojos los que marcan el límite; ya no ven tanto como acostumbraban. Al menos percibe algo lo suficientemente grande para no tropezar. Va con cuidado desde la última caída, para evitar las piedras.

A medida que se acerca, la distingue más y más, perplejo, dudando al principio. Parece una silla, una simple silla, en mitad del camino. Avanza un poco más rápido para cerciorarse. Después se detiene y entrecierra los ojos para enfocar mejor. No hay duda. Es una silla. Vacía. Busca con sus ojos pisadas alrededor, algo al margen del camino que le indique qué hace allí. Nada. Parece abandonada a su suerte sin más.

Sigue acercándose, pensando quién la habrá dejado allí, tan bien colocada. Parece esperarle. Y a él le duelen demasiado las piernas como para no pensárselo. Está casi al lado ya. Se detiene frente a ella. Gira sobre sí mismo, despacio. Nada. Está tan solo como en el resto del camino. Quiere sentarse. De eso no duda. Duda de la silla. Debe tratarse de una broma. Tan pronto como se deje vencer sobre ella, las patas cederán y rodará por el suelo. Quizá aparezcan entonces los artífices de tan absurda trampa, riendo. Pero mira a un lado y a otro y no parece haber nadie.

Observa la silla sin prisa, la inspecciona, la mueve un poco. Mirando una vez más a su alrededor, decide sentarse. Cierra los ojos a la vez que se acomoda en ella. No recordaba que le doliesen tanto las rodillas. Cuánto tiempo debe llevar caminando. Está agotado y ahora lo percibe, al entrar en contacto con aquella silla que ha aparecido, como por arte de magia, en su camino. Como un tazón de sopa caliente en las noches de frío, como el beso de una madre sobre la herida, la silla le calma. No lo entiende bien pero se deja cuidar por ella. Está solo, parado en mitad de ningún sitio, sentado en aquella silla que siente que no le pertenece y que a la vez le estaba esperando. A él. Por fin. Le hacía falta un jodido descanso.

Pierde la noción del tiempo. Divaga pensado en su suerte, en el camino recorrido, en lo que le ha llevado hasta allí, en todo lo que queda por delante. Minutos, horas, días. El cansancio va remitiendo. De pronto, el viento sopla con fuerza y abre los ojos. Se pone de nuevo en pie. Camina. Lentamente, la silla va quedando atrás. De cuando en cuando, él se gira y se detiene a observarla. No puede evitar sonreír. No tiene sentido. Pero es real, está allí y, en cierto modo, lo ha salvado. Llega un momento en que está demasiado lejos para distinguirla. Vuelve a ser sólo una mancha en el camino. Después, simplemente, desaparece.

Ya no está pero él es capaz de verla, de sentir la calma que le inundó al encontrarla, sólo con cerrar los ojos. Sin acabar de entenderlo y contra toda lógica, sabe que allí seguirá, cuando vuelvan a fallarle las fuerzas.

Hay personas que son esa silla.

Fotografía: Julián Lozano [Cuervajo]
Texto: Asun Martinez Ezketa [Esaotra]

6/1/15

mes dos · 2/2 · #12Fotos12Historias [fotografía / ficciones]


La sorpresa

Había estado ya antes en aquella ciudad milenaria.

Era consciente de que a lo largo de los siglos miles y miles de personas habían recorrido kilómetros y kilómetros en busca de aquellas calles, de aquellos escalones, en busca de redención, en busca de paz, aunque no era algo que hubiera pensado mucho.

Pero cuando recibió la respuesta a aquel mensaje al que llevaba tanto tiempo dándole vueltas, aquel mensaje que había estado tantas veces a punto de enviar antes de decidirse finalmente a hacerlo, aquel mensaje del que no sabía si recibiría respuesta, trastabilló mientras bajaba aquellas escaleras con la sorpresa.

Y eso que lo que no sabía, lo que no podía imaginar, era que ese mensaje y esa respuesta marcaban el inicio de su particular camino hacia encontrar una paz que hacía mucho tiempo que no sentía.

Sin saberlo ni buscarlo, se había convertido en un peregrino más en aquella ciudad milenaria.

Fotografía: Asun Martinez Ezketa [Esaotra]
Texto: Javier Pedreira [Wicho]

2/1/15

mes dos · 1/2 · #12Fotos12Historias [fotografía / ficciones]


La pérdida

Estaba sentado de espaldas a la puerta de la cocina, cabizbajo, el pelo ligeramente revuelto, la bata de cuadros fuertemente anudada alrededor de una cintura demasiado estrecha para la altura que se le asumía. No se giró cuando entraron. Tampoco al oír su nombre. Cuando le ayudaron a incorporarse, simplemente giró su cabeza e hizo una mueca que no logró corresponder con ningún sentimiento. La mirada vacía cuando sus ojos coincidieron. Su compañero le ayudó a salir de la cocina y después de la casa. Él se quedó aún un rato más observando la escena desplegada sobre la mesa, mientras oía sus pasos alejarse escaleras abajo. Una vida en imágenes de bordes raídos y nombres desgastados por la memoria. Se imaginó a sí mismo ordenando sus recuerdos, en un intento desesperado por retenerlos como hacía aquel hombre. Aquellos álbumes no eran los suyos, pero se reconocía en ellos. Se estremeció. Instintivamente dirigió su mano a la cartera donde llevaba las fotos de su mujer y sus hijos. Lamentó no llevar ninguna de sus padres. Estaba pensando en ponerle remedio a eso cuando la voz de su compañero desde la puerta lo devolvió a la realidad. Echó un último vistazo a las fotos. Quizá de todas las pérdidas, la de la memoria es la peor, pensó, puta vida. Giró sobre sus pies, apretó los dientes y se dispuso a ejecutar el desahucio.

Fotografía: Javier Pedreira [Wicho]
Texto: Asun Martinez Ezketa [Esaotra]

23/11/14

mes uno · 2/2 · #12Fotos12Historias [fotografía / ficciones]


Olor a mar

A veces, sólo a veces, porque el mar es celoso con sus secretos, este se alía con el aire para que su olor lo impregne todo de una forma que se sale de lo habitual.

Esos días los que llevamos el mar dentro sentimos más que nunca su atracción y funcionamos como a cámara lenta, perdidos en el reclamo de un mar siempre cambiante y siempre igual, un mar que seguirá ahí mucho después de que cualquiera de nosotros no sea tan siquiera un recuerdo remoto en la mente de nadie, mucho después de que se hayan convertido en polvo todos los libros que hablan de nuestra especie.

Pero esa misma sensación de insignificancia, si eres capaz de entender lo que te quiere decir el mar, es la que te hace pensar en lo importante que es aprovechar el poco tiempo del que disponemos en un universo al que en realidad le somos indiferentes para que al menos mientras estemos aquí a alguien le importe que estemos vivos, para que nos importe estar vivos, para esforzarnos en conseguir que haya merecido la pena haber vivido cuando se acabe nuestro turno.

Si puedes sentir el dolor de esta barca, si preferirías verla hundida bajo la superficie del mar que yaciendo rota a unos pocos metros de este, entonces esta foto te huele a mar como este solo lo hace a veces, cuando decide aliarse con el aire para intentar recordarnos lo que somos y, por un rato, revelar sus secretos a quien sepa escuchar.

Y lo lamentas por aquellos a los que esta foto no les huele a mar.

Fotografía: Asun Martinez Ezketa [Esaotra]
Texto: Javier Pedreira [Wicho]

9/11/14

mes uno · 1/2 · #12Fotos12Historias [fotografía / ficciones]


Separación

Los dos levantaron la mano en el momento en el que el tren comenzó a moverse. Uno se giró en su asiento y extendió su brazo hacia atrás. Otro, de pie en la estación, lo extendió hacia delante. Ambos tocaron aire.

Y se les encogió el corazón, a pesar de que ninguno dudaba de que hacían lo correcto. Nadie lo entendería. No aceptarían verlos juntos y quién sabe cómo acabaría aquella historia de no poner tierra de por medio. Un tren primero y un avión después los alejarían lo suficiente para estar a salvo.

A qué poco les había sabido el breve tiempo que habían compartido, tras tantos años intentándolo. Toda una vida dedicada a conseguir verse juntos, para acabar decidiendo que lo mejor era separarse, no arriesgarse. Al fin y al cabo, los dos sentían lo mismo, el mismo pánico a acabar convertidos en ovejas de laboratorio.

Ambos bajaron la mano a la vez. Uno dentro del tren. El otro, el mismo, fuera. El agujero en el estómago se hacía más y más grande a medida que el tren se alejaba. Cerraron los ojos en el mismo momento, evocando su historia. Tener que vivir separados era un tributo razonable a cambio de la satisfacción de su descubrimiento. La fama les sobreviviría. Su legado quedaría en los libros. La Historia hablaría de él, de ellos. Una sonrisa, idéntica, se dibujó en sus caras mientras se alejaban.

Fotografía: Javier Pedreira [Wicho]
Texto: Asun Martinez Ezketa [Esaotra]

10/6/14

sin ella [ficciones]

Me quedé petrificada cuando la vi de nuevo. Desde luego era ella, la de siempre, pero el tiempo la había pasado por encima sin piedad. La sonrisa con la que tanto soñé entonces, apenas era una mueca ahora. Aquel brillo en la mirada se parecía más a una lágrima a punto de caer que a la vitalidad de los días de vino y rosas. El pelo cano, enmarañado, el cuerpo lúgubre y encogido sobre su bastón. Era ella, sin duda, y lo dudaba al verla.

La culpa vino a mí, casi al momento. Pasaron ante mí, fugaces, todos los momentos de mi vida en los que me despreocupé de su suerte. De cuando en cuando pensaba en ella, es cierto, pero la pensaba lejana y feliz, lozana y despreocupada como siempre solía ser. Al fin y al cabo, la suerte me sonreía sin ella. Yo era feliz.

El pánico sobrevino a la culpa. Quizá fuese demasiado tarde. Me entraron las prisas. Me urgía volver a tenerla y ser felices juntos como deberíamos haberlo sido siempre. ¿Cómo no pude darme cuenta de que la perdía? ¿En qué momento olvidé lo importante que era para mí?

Me miró en silencio largamente y se alejó renqueando, sin decir palabra. Y aquí estoy desde entonces, dispuesta a recuperarla de nuevo. Dicen que los imposibles sólo lo son hasta que alguien los consigue llevar a cabo. La recuperaré. Y ya nunca más dejaré que nada ni nadie me la arrebate. Al fin y al cabo, ella no tiene la culpa; Libertad no se merecía un final así.

19/3/14

el vuelo [ficciones / fotografía]


Que desapareció, dijeron, sin dejar rastro. Pasado el tiempo, archivaron su caso. La lluvia y el viento acabaron deshaciendo sus fotos en los postes de la ciudad. Alguien dijo unas palabras tristes en un simulacro de entierro sin cuerpo, y de cuando en cuando aparecen todavía flores frescas en el banco del parque donde solía sentarse a leer los días de sol. Que desapareció, dijeron, sin dejar rastro. Pero aquella tarde al entrar en su casa, yo vi caer la pluma junto a la ventana abierta. Y todavía resuena en mí el sonido de batir de alas, alejándose.


11/10/13

258 pasos [ficciones]


Me alejo. Doy 258 pasos exactamente. Ni uno más. Ni uno menos. 258 pasos que me alejan de ti. Lo sé porque los cuento. Se hace sencillo concentrarse en el sonido de los tacones sobre la acera mojada. Hace que pierda conciencia de que me estoy alejando. De que te pierdo. 258 pasos después, me detengo. El sonido de mis tacones resuena con más fuerza mientras regreso, con las mejillas tan mojadas como la acera.

10/8/13

agujetas [ficciones]

Se despertó desorientado. Cerró y abrió los ojos varias veces antes de incorporarse en la butaca y mirar a su alrededor. Llevaba puesta su bata y su pequeño laboratorio mostraba su ordenado caos habitual. Todo parecía estar como lo había dejado, pero algo no le encajaba y no sabía identificar qué.

Miró el reloj de su muñeca intentando averiguar cuánto había dormido. Martes, 17 de julio de 1999, las 4:20 de la madrugada. Recordaba estar trabajando, ya tarde, en su laboratorio. Después, nada más.

Fue al ponerse en pie cuando notó los dolores. Un calambre recorrió sus piernas y le obligó a volverse a sentar en la butaca donde había despertado. Estiró sus brazos con idéntico resultado.

Sus músculos respondían como si hubieran sido sometidos a un gran esfuerzo físico. La sensación no le era desconocida. Recordó cuando su cuerpo aún era joven y disfrutaba con los maratones. Pero llevaba años sin correr y sin realizar ninguna actividad física que le pudiera haber provocado semejante respuesta corporal.

Desconcertado, siguió estirando brazos y piernas, hasta que controló la sensación. La debilidad y las agujetas todavía le acompañarían unas semanas más.

Como científico, elaboró incontables teorías sobre lo que pasó aquella noche, pero ninguna lograba dar respuesta a todas las preguntas, y su mente era incapaz de recordar. Sólo trabajaba, hasta que se quedó dormido.

Tuvieron que pasar 7 años hasta que la explicación se hizo evidente. En el preciso momento en el que accionó el artefacto en el que llevaba tanto tiempo trabajando, comprendió cuál sería el impacto para el cuerpo de los viajes en el tiempo. No tardaría en olvidarlo.

Se despertó desorientado. Cerró y abrió los ojos varias veces antes de incorporarse en la butaca y mirar a su alrededor. Llevaba puesta su bata y su pequeño laboratorio mostraba su ordenado caos habitual. Todo parecía estar como lo había dejado, pero algo no le encajaba y no sabía identificar qué.

25/6/13

su olor [ficciones]

Hoy he caminado dos calles tras su olor. Mientas lo hacía, sabía que no era él. Ni su estatura, ni su pelo, ni su forma de vestir. Tampoco caminaba como él lo hacía, con esa cansada forma de arrastrar un poco los pies, como si en cada nuevo paso moviese con él el peso de su existencia.

Sabía que no era él y lo he seguido. Por dos calles. Entrecerrando los ojos en los tramos más rectos, acompasando mi paso al suyo, dejando a mi mente recorrer otros caminos de la mano de su olor. Sin poder evitarlo, he sonreído. 

Sonriendo he llegado unos pasos detrás de él a la cafetería donde ha entrado. He observado cómo desaparecía de mi vista al cruzar la puerta, mientras su olor se quedaba conmigo. Unos segundos después, su imagen ha reaparecido tras el cristal, dirigiéndose decidida hacia la barra. Allí una mujer ha levantado los ojos del libro que hasta entonces leía, un momento antes de que él la besase en los labios y comenzasen a hablar animadamente.

En la calle aún continuaba presente su olor. O quizá sólo estaba fijado en mi memoria. Les he mirado por última vez antes de seguir caminando calle abajo. Su olor se ha disipado mientras me alejaba, junto con mi sonrisa. Comenzaba a llover.

10/2/13

la presa [ficciones]


Intentaba contener como podía su respiración. El silencio era absoluto excepto en sus oídos, donde resonaban con fuerza los latidos de su propio corazón. Buscaba la forma de calmarse pero la excitación aumentaba a medida que veía a su presa aproximarse. No le fallaría el puso. Apostado en un árbol, planeaba ya qué haría tras conseguir capturar a aquella bestia al fin, el placer que sentiría al verla colgando de la pared de su gran salón, sobre su butaca. Quería que todo el que entrase en su casa reconociese al verlo su valentía. El orgullo se mezcló con el placer en el mismo momento en el que el venado se detuvo frente a él. A la distancia precisa. Mirándole de frente, desafiante, con una cornamenta de tal envergadura que le hizo vacilar durante un instante. Contuvo la respiración al disparar. Y sonrió.

Aún sonríe cuando entra al salón y lo ve, magnifico, colgado de la pared. Puede que aquel fuese el mejor disparo de su vida, aunque dicen que la mejor foto siempre es la que queda por hacer.

22/1/13

en el metro [ficciones]

No podía dejar de mirarles en el metro. A hurtadillas. Con la culpabilidad y la curiosidad de quien se sabe colándose en vidas ajenas. No llegarían a los 50 ninguno de los dos, aunque ella parecía más mayor, o tal vez sólo más cansada. 45 quizás. Y un montón de cansancio.

En las seis paradas que ha durado mi trayecto, ella no ha quitado la atención de él. Cualquier requerimiento por su parte era rápidamente contestado. Ni el cansancio mataba su atención, ni le restaba cariño a cada gesto. En algún momento, ella le ha sonreído, le ha besado en la frente y los dos han cerrado los ojos. Creo que por un instante incluso el bullicio del metro ha cesado.

Cuando se han abierto las puertas del vagón frente a mí, aún les he mirado por última vez, preguntándome si yo sería tan valiente de seguir sonriendo si fuese ella. Y en quién besaría mi frente de ser yo la de la mirada perdida en la silla de ruedas.

13/9/12

ritual [ficciones]

El santo ritual de cada día. Respiro. Me tomo mi tiempo. Paso lentamente los dedos sobre el teclado. Lo acaricio. Recorro sin prisa cada tecla. A mi espalda, el rumor de la calle golpea la ventana cerrada. No hay música. No hay silencio. O quizá el silencio suene a esto. A mi respiración. Al zumbido del ordenador. A la nevera que de pronto se sacude un escalofrío. A la cisterna del vecino. Quizá el silencio total no exista. Sería más adecuado llamar soledad a este momento. Nunca estoy tan sola como en este momento. Pero me estoy desviando. Vuelvo a la respiración pausada. Cierro los ojos. Me tomo mi tiempo. Paso lentamente los dedos sobre el teclado. Lo acaricio. Recorro sin prisa cada tecla...

No sé si han pasado minutos o horas cuando me pongo de nuevo de pie. Tal vez hayan pasado días. Mi vida entera. Apago el monitor. Fundido en negro. Mañana, cuando lo encienda, seguirá esperándome el papel en blanco, lleno de todo lo que no te escribo.

29/6/11

el encuentro [ficciones]

Cuando llegó, la puerta estaba entreabierta y la casa en silencio. Entró con todo el sigilo que le permitió su grado de excitación en esos momentos y cerró la puerta tras de sí. Sus ojos tardaron unos segundos en acostumbrarse a la penumbra de la vivienda. Tan pronto como lo hicieron, comenzó a caminar lentamente por el pasillo. Su voz llamándole desde la habitación le indicó el camino. Sobre la cama, ella le esperaba, con una sonrisa pícara en los ojos.
_Creí que no llegarías nunca. Date prisa, mi abuela no tardará en volver del Bingo_ dijo mientras abría la capa roja que la cubría, dejando al descubierto su piel blanca y sus formas apenas insinuadas. El lobo no lo dudó y se abalanzó sobre ella.