Ya es mala suerte encontrármelo aquí, un día tan importante como hoy. Con el tiempo que llevo preparándolo, y aparece. En el fondo, sabía que lo haría. Quizá lo que tengo que hacer es irme. No me apetece aparentar normalidad con él y menos montar un número de los nuestros. A ver cuánto tardamos. Ha tenido que poner esa sonrisa estúpida según nos hemos topado al entrar. Creía que lo tenía controlado pero no, ha sido ver su cara en el cristal de la puerta y todos los músculos de mi cuerpo se han tensado, como un resorte.
De no haber empujado la señora de detrás para que la puerta giratoria siguiese adelante, me habría quedado allí clavado. Pero he reaccionado. Tengo que hacerlo. No me va a estropear el día. Voy a caminar con seguridad, con la frente alta. He venido a hacer lo que voy a hacer y no va a detenerme, ni él ni nadie. Lo tengo ya muy meditado, más que meditado, me va la vida en ello, se ponga como se ponga, voy a hacerlo. ¿Qué esperaba yo también?, ¿que lo dejase pasar sin más?. No tendría que haberse enterado, pero estando al tanto como está, era inevitable que apareciese.
Intento contenerme mientras camino hacia el ascensor, ignorando que camina imitando mis zancadas y mirándome con violencia. Todos se giran a mirar y, por un momento, se hace el silencio en el gran vestíbulo del edificio cuando grito. “¡Ya basta!” No debería haberlo hecho, no quiero llamar la atención, no voy a dejar que me estropee los planes como otras veces. A estas alturas, sé de sobra que de nada sirven los enfrentamientos y los gritos. Pero me crispa. Su mera presencia me crispa. Quiero hacer esto solo. Pero lo haré con él si no queda otro remedio.
Las puertas de uno de los ascensores se abren de par en par y entro, entramos. Nuestras miradas se cruzan en el espejo antes de girarnos para ver cómo las puertas se cierran de nuevo, engulléndonos. El ruido de los trabajadores del banco cesa, dejando paso al pesado zumbido del ascensor. No puedo creer estar haciendo esto. No puedo creer estar haciéndolo con él. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis. Sabía que sería un ascenso lento, pero no imaginaba que tanto. Siete. Ocho. Nueve. Sé que estoy sudando porque lo miro de reojo y lo veo sudar. Está tan nervioso como yo. Apuesto a que también tiene la lengua seca. Diez. Once. Doce.
No llega al trece. El ascensor se detiene sin previo aviso. La luz parpadea un momento y después, silencio. “Es una señal”, me dice, clavando su mirada en mí. Me giro hacia los botones del ascensor, más por no verle que por averiguar qué sucede. No. No. No. Esto no puede estar pasando. Tengo todo previsto. La sábana plegada espera en la mochila, lo suficientemente grande para que pueda leerse en las fotos. Sólo faltan unos cuantos pisos más. Muévete maldito ascensor, es mi momento. Lo voy a hacer. Lo tengo que hacer. No escucho lo que dice. Hago fuerza para que no consiga girarme cuando me agarra por los hombros, pero cada vez me cuesta más detenerle y el puñetero ascensor sigue sin dar señales de vida.
Me giro de improviso y lo miro de frente. No se lo espera. Llevo demasiado tiempo planeando esto para no tener alternativa. Compruebo una vez más que sigue en mi bolsillo antes de desplegar la pancarta allí mismo, anudándola alrededor del cuello, como una capa. Tiene sus ventajas hacerlo aquí, ahora que lo pienso. Puedo ver cómo queda. Él sigue y sigue, en un tono cada vez más alto, más histérico, su voz se quiebra entre la rabia y la angustia. “No sigas subiendo, aunque el ascensor continúe. Tómalo como una señal, qué más evidencias quieres, esto es una locura, una jodida locura, hay otras formas, podemos intentarlo de nuevo.”
El ascensor continúa estancado, como mi vida. Tengo que ser rápido si quiero hacer esto antes de que me detenga. Veo el miedo en sus ojos cuando saco el arma. Volar habría sido más efectivo, pero así acaba todo, no hay más remedio. Tras el disparo, aún me da tiempo a besarle en el espejo, antes de caer. “Ves cómo podía hacerlo. Ahora escucharán mi causa. Quizá sea el último al que este maldito banco deja en la calle.”
Un hombre se suicida en el ascensor del Banco Pauperis tras ser desahuciado por impago
Según testigos presenciales, entró hablando solo y notablemente desorientado en las oficinas de la sede central
[Ejercicio Taller de Escritura: Escribir un relato con el siguiente supuesto: Un edificio alto, un ascensor, alguien que detestas, el ascensor se detiene y al final hay un beso.]