esa otra que soy yoesa otra que soy yo

31/1/07

nuestro refugio [poemas]

La lluvía dibujando imposibles en el suelo.
Otro Invierno.
El frío que no llega hasta éste, mi refugio.
El tuyo.
El que tu y yo construimos.
El que ni la tormenta ni el tiempo destruyeron.

Aquí se respira Primavera
aunque fuera sople el viento.
Porque el tiempo se detuvo
en torno nuestro,
girando alrededor de nuestros cuerpos unidos,
sin tocarnos,
sin hacer mella alguna en ellos.

Y ahora miro mis manos
y veo pliegues que entonces no existían.
Ahora el espejo me devuelve una imagen
que tampoco es la que era.

Pero me reconozco cuando me miro
a través de tus ojos,
en el refugio del que el camino
sólo nosotros conocemos.

30/1/07

dicen que les dijeron que vieron [poemas]

Me gusta la gente que me juzga por lo que ve,
que me ama o me odia por mis acciones,
por mis palabras y por mis silencios,
que sabe cuándo debe preguntar
y cuando callar,
que sabe guardar un secreto.
La gente que me conoce de verdad por lo que soy,
no porque escucharon un cuento,
no porque ‘dicen que les dijeron que vieron’.

Siempre es así.
Encontrar gente y perderla.
Ahogar los sentimientos.
El desencanto
de querer hacer ver
y conseguir sólo resentimiento;
de querer reir, soñar,
vivir _que queda poco_
y estar sola en mitad del desierto.

samantha wailer [ficciones]

Samantha, la persona
Como un bisturí. Fría, cortante y precisa. Sus ojos, negros, pequeños, penetrantes, enmarcados por unas cejas finas y casi siempre arqueadas y resguardados por unas pestañas espesas, más negras aún que sus ojos, parecen, cuando se detienen en algo _sea un objeto o una persona_, querer penetrar en su interior para observar su funcionamiento.

Tendría un cuerpo bonito, firme y bien moldeado por el ejercicio, si lo enseñara, pero a través de su austera ropa, un poco más masculina, un poco más holgada de lo que debería _siempre pantalones oscuros, grises o negros, y camisas blancas perfectamente planchadas_, apenas se distingue la silueta de una mujer.

Inteligente, educada, parca en palabras, disciplinada y un tanto tozuda en ocasiones, parece estar constantemente analizándolo todo. La Psicología es para ella un verdadero refugio, con el que intentar explicar todo lo que le preocupa, todo lo que no entiende.

Samantha, la psicóloga
De nuevo, el bisturí. Su sensación en la mano, frío, metálico, diseccionando con pulso firme, como a una rana en un laboratorio de ciencias, el cerebro humano. No hay lugar a error. Frontal, temporal, occipital... Conoce _ o cree conocer_ cada zona, cada recoveco de la mente como la palma de su mano.

Para ella, todo es una cuestión de impulsos eléctricos y reacciones químicas. Se ríe de los que se creen artistas, proclamando el desarrollo de su irracional hemisferio izquierdo. Se sorprenderían al saber que todo lo que ellos creen que es pasión, arte, que su explosión de creatividad no es más que el efecto lógico de una reacción en su cerebro. Todo tiene una explicación racional. Ha consagrado su vida a entenderlo.

Samantha, la neurótica
El cuaderno donde toma sus notas frente a ella, a un palmo del borde inferior de la mesa. A su derecha, la pluma, el bolígrafo y el lapicero, perfectamente alineados, paralelos al cuaderno. En la parte derecha del escritorio una bandeja grande con hojas y a su lado, una un poco más pequeña, con un taco de cuartillas en las que tomar notas, todo milimétricamente colocado.

Cuando se levanta de su escritorio, mete el cuaderno en el cajón que éste tiene en su parte derecha, perfectamente dispuesto sobre otros dos cuadernos, y coloca la silla, dejándola alineada con el escritorio.

Ni una sola mota de polvo, ni una sola cosa fuera de su sitio. De eso se encarga ella misma cada mañana. Con su sueldo, podría contratar a alguien para que se ocupase de la limpieza, pero no podría soportar que nadie tocase sus cosas, que las moviera de lugar.

Así, cada mañana, justo después del ejercicio y la ducha, que le ocupan 50 minutos, Sam dedica todos los días 1 hora y 10 minutos exactos a ordenar y limpiar su piso y el despacho, ubicado en éste, en el que pasa consulta. A las 9 de la mañana tiene todo dispuesto para empezar con su jornada de trabajo.

Samantha, la escéptica
Todo tiene una explicación racional. Ese ha sido siempre el gran dogma de Sam. Y sin embargo, desde aquel día, desde aquella noche, sigue despertándose asustada en medio de la oscuridad, creyendo estar todavía en aquel sanatorio.

Aunque se repite a sí misma una y otra vez que aquello no pudo suceder y que seguramente alguien les suministró algún tipo de droga durante la cena que les hizo alucinar, las pesadillas, el miedo _aunque nunca lo reconocería_ vuelven a ella cada vez que intenta conciliar el sueño.

Pero el miedo desaparecerá, está segura, cuando descubra por fin qué es lo que sucedió aquella noche...

sara de allende [ficciones]

Diminutos hombrecillos encarnados danzan gritando mi nombre. Pequeños salvajes que se apoderan de mi mente. Bailan a mi alrededor mientras ríen. Parecen burlarse de mi inexpresivo cuerpo. Sus gritos se introducen en mis oídos como una gran mancha roja que se hace dueña de mi indefenso cerebro. Ya están dentro, mientras el pitido de sus voces se hace cada vez más intenso.

Cada noche. Como cada noche mi mente lucha para retener a esos infames monstruos; hijos del fuego, portadores de la eterna llama en la que se va consumiendo día a día mi alma. Un grito en la oscuridad de la noche. Pánico. Sudor. Desesperación. Sola. Sara de Allende. Como siempre, sola. Mi efímero destino. ¿Quién querría compartir la noche conmigo, pobre tullida deforme, incapaz de controlar sus propias pesadillas?...

cuando el viento se aburrió [ficciones]

Hubo en tiempo, cuando el hombre aún no existía, en el que la Tierra era como una inmensa canica. Sí, ahora la Tierra sigue siendo redonda, pero, en aquel tiempo, además de redonda, la Tierra era lisa.
Lisa como una canica; pero en vez de estar hecha de cristal de colores estaba hecha de tierra.
Nadas más; ni árboles, ni montañas, ni casas, ni hombres para construirlas. Sólo tierra. Y, alrededor de esa enorme bola de tierra, estaba el cielo. Inmenso, de color azul muy claro, sin una sola nube. Como un gigantesco lienzo pintado de azul.

Y allí, en aquel cielo azul sin una sola nube, vivía el viento; pero vivía muy aburrido, ya que no tenía nadie con quien jugar. En aquella inmensidad el viento se sentía muy solo.
Al principio, se había entretenido un poco jugando a intentar mover, soplando con todas sus fuerzas, aquella pelota tonta que parecía no servir para nada. Pero la pelota no se movía. Por mucho que el viento soplase, no conseguía moverla de tan grande que era. Así que dejó de intentarlo, porque además de que no era muy divertido, pues se cansaba mucho, se dio cuenta de que era imposible.

Por eso, un día en el que ya había hecho tres o cuatro veces lo que solía hacer para intentar divertirse – correr todo lo rápido que podía, silbar todas las canciones que sabía e incluso inventar alguna nueva – y aún así no lo conseguía, el viento comenzó a llorar.
Lloraba porque quería un amigo; no podía soportar estar solo por más tiempo. Pero ¿qué podía hacer?. Había dado muchas vueltas a la Tierra, intentando encontrar algo con lo que entretenerse, pero no había encontrado nada.
Por eso lloró. Lloró tanto que las lágrimas comenzaron a resbalar sobre él y a caer directamente sobre la Tierra.
Y siguió llorando el viento durante tres días y tres noches; transcurridas las cuales, cansado ya de tanto llorar, el viento secó sus lágrimas y miró a su alrededor. Y se quedó fascinado con lo que vio.

La Tierra, esa enorme canica, esa gigantesca bola, esa pelota tonta que parecía no servir para nada, había cambiado. Ya no era una gran superficie lisa hecha solamente de tierra, ahora estaba cubierta de... hierba. Como una mullida alfombra verde, la hierba cubría todo lo que antes era tierra.
Y, al acercarse más, el viento se dio cuenta de que no sólo era la hierba la que había nacido de la tierra, sino que también comenzaban a asomar, entre las pinceladas verdes, pequeñas florecillas de pétalos blancos y corazón de oro. _¿Cómo os llamáis?_ Preguntó el viento. _Margaritas_ dijeron todas las flores al unísono. Margaritas, margaritas... El viento sopló fuerte, muy fuerte, llevando las voces de las flores alrededor del mundo. Margaritas. El viento había encontrado alguien con quien jugar.

Jugaban todos los días y reían juntos; primero solos y, con el tiempo, con millones de nuevos amigos que fueron surgiendo, como por arte de magia, de la Tierra: Más flores, muchas más –delicadas como las rosas, o alegres como las campanillas-, árboles -que al principio eran pequeños y débiles y se convertían luego en verdaderos gigantes-, riachuelos -siempre con su risa fresca-, mariposas –que acompañaban al viento en sus carreras-, mariquitas, hormigas...

Tantos amigos como nunca el viento hubiese podido imaginar.

28/1/07

válvula de escape [poemas]

Un hombre golpea a su perro en el parque.
No quiere venir”... Y lo golpea.
Y la ira se desata en su vientre.
Yo los veo al pasar
y lloro, sin detenerme.
Algo se desata también en mí,
algo se muere.

Otro hombre, en otro parque, golpea a una mujer.
“No quiere amarme”... Y la golpea, muy fuerte.
La locura se une a la ira en los ojos de ese hombre.
Un día después lo leo en los diarios.
No los veo,
pero recuerdo al hombre y a su perro,
y lloro, sin detenerme.
Otra parte de mí perece,
y sigo avanzando,
sin saber hacia dónde.

Una mujer sin ojos,
un bebe con la cabeza hundida,
un hombre con un cuchillo,
la barbarie.

Guerras. Entre países, entre hombres.
Y medio yo muriendo
y mi otra mitad tirando del fiambre.
Y las lágrimas y mis poemas
_ de temas sucios, podridos, deplorables _
como única válvula de escape.

mi pena [poemas]

Pasa la gris ciudad ante mis ojos
con la cadencia tenue
de un tren que comienza a partir.

Llega hasta mis oídos
el sonido hermético
de algún corazón que se cierra.

Como en mi se cierra la primavera.

Mi pena es una ciudad
gris y hermética
a la que nunca llegó el verano.

locura [ficciones]

Cuando el Sol entró por mi ventana ya estaba todo hecho. Las vacias cuencas de sus ojos incluso parecían mirarme mientras las últimas gotas de su sangre caían manchando la alfombra.

justicia [ficciones]

No pido ser entendida porque sé que es imposible; hay ciertas cosas, ciertas verdades, que uno sólo acierta a adivinar cuando ya es demasiado tarde, cuando el fin está ya demasiado próximo.

Por eso, porque ustedes no van a morir, no entenderán por qué es justo lo que hago, por qué cuando escriba esta carta acabaré con mi vida y mi alma se salvará. Por qué sus leyes no hubieran servido para subsanar mi afrenta. Ustedes no sintieron lo que yo sentí; no vieron sus ojos enfermos recorrer mi cuerpo; ni sus manos sucias estrangular mis muslos; ni sus uñas negras clavarse en mis pechos; ni su asqueroso aliento retumbando en mis oídos. No, no lo vieron. Como tampoco vieron la sangre corriendo entre mis piernas... Y el miedo ¿adónde ir?, ¿a quién contarle, y con qué palabras, todo esto?, ¿cómo volver a mirar a un hombre a los ojos?.

Y así, llena de miedo y de dolor, huí de aquel lugar, de aquel negro portal, corriendo, tapando a duras penas mi cuerpo, con las ropas rotas y las manos doloridas de intentar zafarme en vano de aquel cuerpo hediondo.

Después vino el silencio del tiempo, que poco a poco curó las heridas y que me ayudó a poseer la virtud de la Justicia. Se hizo en mi el conocimiento, la certeza de que, en justa venganza, también la sangre del que vertió la mía debía ser derramada. El hombre era el único culpable, pero ahora yo también debía morir para evitar que el hijo del desastre no viese nunca la luz del día.

No fue difícil encontrar al hombre, ni hacer que me acompañase hasta casa y que una vez allí subiese a tomar una copa. Luego, la repulsión y la rabia lo hicieron todo.

Y lo volvieron a hacer una y otra vez, durante muchas noches, hasta que el hastío anegó la ira.

Fue fácil. Todos buscan lo mismo, malditos hijos de puta. Y creo que al final, todos lo entendieron. Lo vi en sus ojos, en el momento en el que el fin estaba ya demasiado próximo. Vi en sus ojos la petición de clemencia, de redención, porque, en el fondo, sabían que eran culpables y que yo era solamente un instrumento de justicia.

22/1/07

esa otra que soy yo [poemas]

Soy aquella mujer que nunca tira un regalo;
y que ahora tiene una habitación que parece un museo,
lleno de polvo y de recuerdos.

_Qué rara se me hace la palabra mujer
cuando es a mi a quien designa;
probaré con la palabra niña_.

Soy aquella niña que un día juró no crecer
y que vive eternamente condenada
a tener que esconder sus muñecas.

_Tendré que esconder también de mis versos
la palabra niña
o descubrirán mi cajón de juguetes lleno_.

Soy la mujer que no ama a un solo hombre,
sino que ama a todos y a todo;
que ama a la vida misma.

Soy la niña que juega a ser fuerte, independiente y femenina,
que no tiene maldad y no dice mentiras,
y así, una tras otra, le va dando patadas la vida.

Soy la persona a la que no le importa
lo que los demás digan;
la que siempre se levanta,
la que siempre mira arriba;
la que, a veces, llora para sonreír de nuevo.

La atea que cada día,
sin creer en nada, salvo en los hombres,
le da las gracias a Dios por su vida.

21/1/07

la inevitable primera entrada... [mis cosas]

... después de decir más de un millón de veces que nunca caería, después de renegar otras tantas de las nuevas redes de comunicación, después de tantas jornadas negando con la cabeza cada vez que se hablaba de la web 2.0... aquí estoy, como todo hijo de vecino hoy en día, experimentado con esa necesidad de exhibicionismo que nos lleva a todos, ahora también a mí, a volcar nuestra mente en este espacio virtual. A ver qué sale de esto!