esa otra que soy yoesa otra que soy yo

30/1/07

cuando el viento se aburrió [ficciones]

Hubo en tiempo, cuando el hombre aún no existía, en el que la Tierra era como una inmensa canica. Sí, ahora la Tierra sigue siendo redonda, pero, en aquel tiempo, además de redonda, la Tierra era lisa.
Lisa como una canica; pero en vez de estar hecha de cristal de colores estaba hecha de tierra.
Nadas más; ni árboles, ni montañas, ni casas, ni hombres para construirlas. Sólo tierra. Y, alrededor de esa enorme bola de tierra, estaba el cielo. Inmenso, de color azul muy claro, sin una sola nube. Como un gigantesco lienzo pintado de azul.

Y allí, en aquel cielo azul sin una sola nube, vivía el viento; pero vivía muy aburrido, ya que no tenía nadie con quien jugar. En aquella inmensidad el viento se sentía muy solo.
Al principio, se había entretenido un poco jugando a intentar mover, soplando con todas sus fuerzas, aquella pelota tonta que parecía no servir para nada. Pero la pelota no se movía. Por mucho que el viento soplase, no conseguía moverla de tan grande que era. Así que dejó de intentarlo, porque además de que no era muy divertido, pues se cansaba mucho, se dio cuenta de que era imposible.

Por eso, un día en el que ya había hecho tres o cuatro veces lo que solía hacer para intentar divertirse – correr todo lo rápido que podía, silbar todas las canciones que sabía e incluso inventar alguna nueva – y aún así no lo conseguía, el viento comenzó a llorar.
Lloraba porque quería un amigo; no podía soportar estar solo por más tiempo. Pero ¿qué podía hacer?. Había dado muchas vueltas a la Tierra, intentando encontrar algo con lo que entretenerse, pero no había encontrado nada.
Por eso lloró. Lloró tanto que las lágrimas comenzaron a resbalar sobre él y a caer directamente sobre la Tierra.
Y siguió llorando el viento durante tres días y tres noches; transcurridas las cuales, cansado ya de tanto llorar, el viento secó sus lágrimas y miró a su alrededor. Y se quedó fascinado con lo que vio.

La Tierra, esa enorme canica, esa gigantesca bola, esa pelota tonta que parecía no servir para nada, había cambiado. Ya no era una gran superficie lisa hecha solamente de tierra, ahora estaba cubierta de... hierba. Como una mullida alfombra verde, la hierba cubría todo lo que antes era tierra.
Y, al acercarse más, el viento se dio cuenta de que no sólo era la hierba la que había nacido de la tierra, sino que también comenzaban a asomar, entre las pinceladas verdes, pequeñas florecillas de pétalos blancos y corazón de oro. _¿Cómo os llamáis?_ Preguntó el viento. _Margaritas_ dijeron todas las flores al unísono. Margaritas, margaritas... El viento sopló fuerte, muy fuerte, llevando las voces de las flores alrededor del mundo. Margaritas. El viento había encontrado alguien con quien jugar.

Jugaban todos los días y reían juntos; primero solos y, con el tiempo, con millones de nuevos amigos que fueron surgiendo, como por arte de magia, de la Tierra: Más flores, muchas más –delicadas como las rosas, o alegres como las campanillas-, árboles -que al principio eran pequeños y débiles y se convertían luego en verdaderos gigantes-, riachuelos -siempre con su risa fresca-, mariposas –que acompañaban al viento en sus carreras-, mariquitas, hormigas...

Tantos amigos como nunca el viento hubiese podido imaginar.

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