Cuando a su madre le diagnosticaron ELA, no había ningún antecendente en la familia. Apenas dio tiempo a asimilar la noticia. En unos meses, acompañábamos a María al funeral de su madre. Fue por aquel entonces cuando María empezó a tener dificultades para mover los brazos. Estás somatizando, le dijimos todos. Estoy somatizando, dijo ella. Comenzó terapia a medida que sus síntomas, idénticos a los de su madre, aumentaban por días. Insistimos en que la viera un médico, para que la ayudase a sobreponerse de la muerte de su madre, para que dejase de somatizar.
Acabo de salir del hospital, de visitar a María. Tras su diagnóstico de ELA, el proceso ha sido feroz e imparable. Tiene mi edad, familia y todo por hacer. Aunque no va a hacerlo. Apenas se mueve ya, respira con ayuda de una máquina y aún sonríe con la mirada cuando le damos ánimos. No encuentro la explicación ni las palabras. El dolor y la rabia lo ocupan todo. Y aún así espero, esperamos, el milagro. No de Dios, ese dejo hace mucho tiempo de escucharnos. Espero el milagro de la Ciencia. Un científico, un médico, alguien, hará en algún momento el avance necesario para entender el ELA. Y para curarlo. Y para curar a María. A cualquier María que esté luchando por sonreír ahora mismo, mientras su tiempo se agota. Quiero creer en la Ciencia, necesito creer en ella. El vacío duele demasiado.