En mi curriculum fotográfico, entre masters, módulos y talleres, hay 21 epígrafes. 21 personas que han compartido conmigo su saber. 3 han sido mujeres, el resto de autores que he tenido como referentes a lo largo de los años en el ámbito fotográfico han sido hombres.
En el ciclo de charlas que organiza la escuela donde me he formado, este trimestre hay programadas 5. Todas impartidas por hombres. El anterior trimestre fueron 6. Todos hombres también. Puedo continuar. Adelanto que hay alguna excepción, pero el patrón se repite.
Hace unos meses, en un taller de escritura le pedí al profesor que hiciera una clase específica de mujeres. Le extrañó mi petición. Nos solía traer cada día libros y escritores recomendados y los cogía sin fijarse en géneros, decía. Estoy segura de ello, como también estoy segura que hasta esa clase, por cada nombre de mujer que anotaba en mi cuaderno de apuntes, escribía al menos 5 nombres de hombre.
A lo largo de mi carrera profesional, todos mis jefes, sin excepción, han sido hombres. «¿Puedes avisar al informático? Sí, yo soy la informática» es una frase recurrente en mi trabajo.
«Estate formal, que viene tu padre». «Llévale las zapatillas». «Vacíale el cenicero». «Quédate con la abuela, que salgo a comprar». Mi hermano jamás escuchó frases similares. Él no debía ser sumiso, ni aprender a cuidar.
Podría seguir... No son estadísticas de periódicos, no son frases de panfleto. Es mi realidad. Convivo con ella y sólo la noto, si la cuestiono. Porque si la cuestiono, me cuestionan. Hay una dulce paz en la sumisión; quien no se mueve, no nota las cadenas. Y si no las notas, mujer, es porque todavía no te has movido.