Los platos en la alacena.
Ese jarrón que te empeñaste en comprar y que era demasiado grande para cualquier rincón de la casa.
Aquel camisón sin estrenar.
Restos de pelos en la cuchilla.
En el cepillo.
En el sumidero.
El bote de gel a medio tapar.
Las fotos que guardaste donde creías que nadie las iba a encontrar.
Las entradas de todos los conciertos.
La servilleta sucia donde te escribió su teléfono.
Lo que habría pasado si hubieses llamado.
Ahí siguen intactos,
esperando,
todos tus recuerdos marchitos.
Tiempo detenido bajo polvo en suspensión.
Y no hay más.
Serán otros los que revisen tus enseres.
Los que vulneren tus secretos.
Los que descubran quién fuiste cuando nadie te miraba.
Somos lo que decidimos guardar en nuestros cajones,
cuando aún creemos que habrá tiempo para ordenar.