No recuerdo mucho de la película «Forrest Gump», pero sí que en un momento dado, tras mucho tiempo corriendo, el protagonista decide parar y para. Simplemente para; se de la vuelta e inicia un lento caminar de regreso al punto del que había partido. Parece sencillo. Simplemente parar.
Vivo corriendo, para llegar no sé muy bien a dónde. A todo, supongo. A ser una trabajadora eficiente, una madre eficiente, una hija eficiente, una amiga eficiente, una consumidora eficiente. Todo me demanda que siga, que llegue, que demuestre, que no me pierda nada. Y aún más: que descanse, que haga ejercicio, que coma sano y hasta que me corra eficazmente. Lo importante es correr, llegar a todo, triunfar. Aunque no tenga la más remota idea de hacia dónde correr, a qué todo llegar, qué demonios significa triunfar.
Como Forrest Gump, he decidido simplemente parar. Lo decidí hace días, meses, años. No lo consigo: La inercia me empuja con fuerza. La inercia y el miedo. Siempre, el miedo. A no ser lo que los demás esperan. A perderme la vida. A quedarme atrás.
Así que, harta de él, comparto mi miedo. Me desnudo y lo enseño, mi parte vulnerable como escudo: Esta soy yo, agotada, diciendo no. No me vais a encontrar en cada llamada, en cada plan de huida, en cada click necesario para que siga en marcha la rueda. Hoy, aquí, mi miedo y yo dejamos de correr. Lo importante, nos esperará.