esa otra que soy yoesa otra que soy yo

22/1/13

en el metro [ficciones]

No podía dejar de mirarles en el metro. A hurtadillas. Con la culpabilidad y la curiosidad de quien se sabe colándose en vidas ajenas. No llegarían a los 50 ninguno de los dos, aunque ella parecía más mayor, o tal vez sólo más cansada. 45 quizás. Y un montón de cansancio.

En las seis paradas que ha durado mi trayecto, ella no ha quitado la atención de él. Cualquier requerimiento por su parte era rápidamente contestado. Ni el cansancio mataba su atención, ni le restaba cariño a cada gesto. En algún momento, ella le ha sonreído, le ha besado en la frente y los dos han cerrado los ojos. Creo que por un instante incluso el bullicio del metro ha cesado.

Cuando se han abierto las puertas del vagón frente a mí, aún les he mirado por última vez, preguntándome si yo sería tan valiente de seguir sonriendo si fuese ella. Y en quién besaría mi frente de ser yo la de la mirada perdida en la silla de ruedas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Quizá no sea cuestión de valentía, sino de amor correspondido. De Amar. Ese ideal que derroca los muros y no entiende de complicaciones. El ideal de Amar lo que esa persona, y sólo ésa, consigue que creamos ser.

No existen las sillas de ruedas cuando se levita de amor. Quizá por eso, en tu ficción, sonríe. Quizá por eso, se siguen besando.

Quién besaría tu frente... ¡Gracias por plantear la pregunta! Ésta me la respondo a mí mismo: El amor que yo amase. ¿Simple?

¡Por cierto! Me ha encantado el texto. Hipnotizas al lector letra a letra, concluyendo con un inesperado y perfecto final.

¡Enhorabuena!

Wicho dijo...

A veces, sólo a veces, demasiadas pocas veces, la realidad supera a la ficción para bien.

Un día, a finales de los 80, iba en el bus urbano por mi ciudad. En ese mismo bus iba una pareja de señores mayores que iban sentados en sendos asientos de esos que van colocados uno a uno en los laterales del bus, él justo detrás de ella.

En un momento dado él puso su mano izquierda sobre el hombro izquierdo de ella, y ella, en un gesto de ternura infinita que aún al recordarlo hoy hace que se me llenen los ojos de lágrimas, inclinó su cabeza para acariciar con su mejilla esa mano protectora, esa mano amiga…

No tengo ni idea de quienes eran, y sé que con todo el tiempo que ha pasado los dos tienen que haber muerto, aunque espero que el último en irse de los dos no haya tenido que pasar mucho tiempo sin su otra mitad.

Pero yo podría deciros en qué línea de autobús pasó eso, a qué altura de qué calle, y casi la hora del día, porque sé que recordaré esa escena mientras viva, porque es una de las cosas más bonitas que haya visto jamás.