Silencio
Se oyen, a lo lejos, campanadas. Están llamando a misa, un funeral tal vez, o eso sugiere el tañido lento y quejoso. Una cabra extraviada atraviesa el paisaje y esconde la letanía de la iglesia tras el sonido de su cencerro.
Después, todo cesa. El silencio se pierde en el horizonte, que desde aquí se dibuja infinito; y se oye infinito.
No siento frío, pero el viento ulula sobre los campos y me estremezco. Todo tiembla. Las espigas se vuelven mar, olas verdes y doradas meciendo barcos sin patria a la deriva.
Como las manos de un amante, el viento me eriza la piel, me trae el olor de la tierra, la tierra negra que me ha visto crecer y que me verá morir. No siento frío. Cierro los ojos y me abandono al naufragio.
Sonrío.
El silencio es mío.
Fotografía: Julián Lozano [Cuervajo]
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