Esta mañana he estado en misa. Es algo que nunca hago porque no soy creyente. No me gusta entrar ni en las bodas, así que suelo esperar fuera con esa gente que siempre se queda en algún bar cercano tomando martinis con la excusa de que no puede entrar con los niños porque hacen mucho ruido. Pero una vez al año, sólo una, entro. Por respeto, porque es todo lo que puedo hacer, aún sabiendo que no puedo hacer nada.
El martes hará ya tres años y sigo recordando la llamada de teléfono como si fuese ayer. Estaba con Asier recorriendo Andalucia. Ese día, 7 de agosto, estábamos en Huelva durmiendo la siesta cuando sonó el teléfono. Fue mi cuñado quien me dió la noticia. Nuca olvidaré su voz seria, intentando de algún modo imposible que encajara el golpe sin perder la cordura. No supe qué decir. Sólo acerté a preguntar si había sido con la moto. No, me dijo, iba en coche con un amigo... también ha muerto.
No supe qué decir. Ni en ese momento, ni cuando logré llegar a abrazar a mi familia después del viaje más triste y más largo de mi vida. Tampoco sé qué decir ahora. Sigo sin superarlo. Sin entenderlo. Sin saber cómo confortar a sus padres, mis tios, o a su hermana... o a mi misma cada vez que revivo la imagen del coche aplastado en la cuneta.
Tenía 22 años y la última vez que le ví me dijo que llevaría traje a mi boda. Él, que nunca los llevaba. Me dio un sonoro beso y me dijo 'adios, prima', con su voz fuerte, con un prima que le llenaba toda la boca. Y yo le dije 'adios, primo', imitando su acento rudo, y le ví marchar de la mano de Ana, mientras sonreía con la idea de verle con traje en mi boda...
Ahora cada año voy a su misa aunque no crea en ello. Y le lloro a escondidas de cuando en cuando, aunque nunca vaya al cementerio. Y aprieto los puños con fuerza y sigo hablando en el coche intentando aparentar normalidad cada vez que pasamos por el pequeño altar levantado en la cuneta en su recuerdo.
Hoy tendría 25 años, uno menos que yo, y toda una vida por delante.
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