Lucho a diario, con todas mis fuerzas,
como si cada día fuese a ser el último de mis días.
Lucho por lo imposible,
por lo que mi cabeza sabe que no puede ser,
y mi corazón ignora en su agonía.
Por seguir viendo la cara amable del mundo,
el milagro de la vida,
la magia de la navidad,
la esperanza al otro lado de la orilla.
Por seguir siendo siempre niños todavía,
por dar gracias al cielo
por cada trozo de pan
y por cada caricia.
Pero el telediario escupe cada día
la verdad de lo que somos,
lo que escondemos tras esta gran mentira.
Pero me siguen faltando personas,
que deberían estar y no están,
con las que quisiera celebrar mi dicha.
Pero me canso a veces de jugar
y sólo quiero mi sofá,
para ver cómo va pasando la vida.
Pero pasan los años y se hace cada vez más cuesta arriba...
Y ahora toca hacer balance
y celebrar que todavía seguimos con vida,
y se me mezclan los recuerdos,
las noticias,
la familia,
la oficina,
las ganas de gritar de rabia,
de llorar de pena,
de reír de alegría,
de bailar,
de dormir,
de emborracharme,
de desaparecer,
de correr hasta caer rendida.
Y ese es el balance: la lucha
por seguir conviviendo cada día
con el duelo eterno entre mi corazón y mi cabeza;
por seguir aunando fuerzas
para que no muera nunca esa niña
que hace que la mujer que soy siga con vida.
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