El calor es sofocante. El sol está en su punto más alto y cae sin piedad sobre ti. Te secas el sudor y continúas caminando hacia el templo. Caminas en silencio. El bullicio de la ciudad y el gentío del mercado han quedado atrás. Apenas hay nadie en el parque que antecede al templo. El olor a incienso inunda todo a medida que te aproximas a la puerta. La oscuridad es completa al otro lado. Sigues acercándote con paso tranquilo mientras tus ojos se esfuerzan en distinguir las formas que se mueven dentro. Sientes el olor, más intenso ahora, y un soplo de aire fresco que emana del interior. Cierras los ojos frente a la puerta. Inspiras. Estás en paz.
Permaneces así unos minutos. La sorda letanía que comienza en el templo te devuelve de nuevo a tu lugar. Los pies otra vez en la tierra, frente a una puerta que no cruzarás.
Porque eres mujer y no puedes.
Porque eres atea y no debes.
Porque eres libre y no quieres.
El Dios en el que no crees no pone puertas ni impone sexos. La fe nada tiene que ver con templos y jamás podrá ser encerrada tras sus muros.
[Escrito a las puertas de la Gran Mezquita de Xi'an]
1 comentario:
No sé si me ha impactado más cómo lo has escrito o el lugar y el momento en el que lo has escrito. En cualquier caso, es brillante.
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