Un gnomo blanco y un gnomo negro se encontraron en el claro de un bosque. Se fueron acercando lentamente y, cuando estaban a escasa distancia, se sentaron uno enfrente del otro. Y esperaron. Esperaron tanto tiempo como no puede abarcar la mente. Y después de ese tiempo llegó la Noche. Se levantaron y, con la única luz de la Luna que se moría, comenzaron a pelear, a luchar. Y su lucha duró tanto como su espera.
Finalmente, en un golpe terrible, la cabeza del gnomo negro rodó por el suelo. El gnomo blanco explotó de júbilo al verse ganador. Pero después del júbilo vino el horror. Se le escapa la sangre por las muñecas, por el cuello. Se tapaba, intentando retener la sangre de su cuerpo. Pero al final, murió. Y fue a morir al lado del gnomo negro, formando una extraña composición.
Así, murió el mundo.
Finalmente, en un golpe terrible, la cabeza del gnomo negro rodó por el suelo. El gnomo blanco explotó de júbilo al verse ganador. Pero después del júbilo vino el horror. Se le escapa la sangre por las muñecas, por el cuello. Se tapaba, intentando retener la sangre de su cuerpo. Pero al final, murió. Y fue a morir al lado del gnomo negro, formando una extraña composición.
Así, murió el mundo.
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