Todo el mundo está atento, expectante. Redoblan los tambores y por la pista del fondo, apareces tú, escondiendo tus miedos y tus nervios tras una gran sonrisa y una buena capa de maquillaje. Comienzan la música y los aplausos. Y te concentras en que tu número salga bien, en que nadie note el temblor de tus manos, en que ninguno sepa que nadie te ha enseñado a girar esos platos.
Y comienzas a hacerlo, uno tras otro. Los colocas sobre los largos palillos, y comienzas a hacerlo, uno tras otro... Y todos acaban girando. La tensión contractura tus vértebras, una gota de sudor resbala por tu frente, amenazando con echar a perder tu maquillaje. Pero los platos siguen girando...
Acabado el número, la música cesa y dejan de oírse los aplausos. Pero en tu cabeza no dejan de girar los platos. Mientras te desmaquillas. Mientras vuelves a casa. Mientras cenas. Mientras te metes en la cama... Sigues girando los platos, en tu cabeza. Como un ritual, como una prueba constante, como la certeza de que no sabes hacer nada más que girar esos platos, como el miedo a que alguno caiga... a que caigan todos...
Y así sigues, cada día, haciendo girar los platos o pensando en cómo hacerlo mejor, cómo conseguir que giren más rápido para asegurar los aplausos, intentando descifrar la fórmula para que nunca cesen de girar y para perder el miedo constante a salir al escenario...
2 comentarios:
Pero ese escenario no es el importante, el de verdad... el escenario real es el de la amistad, el de amor, etc.. y tú ahí estás siempre, siempre... así que no sufras mi niña por girar unos platos chinos.. ;o)
Besos,
Merchita
Interesante cómo describas esas maneras de hacer equilibrios...
Besos
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