Los huracanes llegan a tu vida sin previo aviso. Simplemente, un día ves como a lo lejos, en el cielo, se está formando una tormenta. Y tú, que nunca pierdes la esperanza y que crees que todo sucede por algún motivo, te armas de valor y decides hacerle frente, en lugar de huir donde el viento y la lluvía no consigan alcanzarte.
Y comienzas a buscar maderas y apuntalas la puerta de tu casa, las ventanas, llenas la despensa, coges de la mano a tu familia y comienzas a rezar, en silencio, esperando que el huracán te pase por encima sin llevarse contigo tu vida ni la de los tuyos.
Y el huracán, pasa. Y das gracias al cielo por seguir con vida. Y miras a tu alrededor y el espectáculo es dantesco. Destrucción en 360º. Y tú, que nunca pierdes la esperanza y que crees que todo sucede por algún motivo, coges un martillo y comienzas a reconstruir tu casa.
Hay personas que son como un huracán. Pero los daños que causan no se arreglan con un martillo.
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